Cómo es trabajar en uno de los 5000 basurales a cielo abierto que tiene la Argentina

Crónica desde Santiago, donde funciona uno de ellos, entre el sacrificio y la dignidad. “Muchas veces nos han dicho ‘cirujas’, pero no me da vergüenza. Al contrario, me siento más orgullosa”, dice una de ellas. Un programa oficial busca reconvertirlos en centros ambientales de separación de residuos.

Es Santiago del Estero, pero podría ser cualquier otro lugar de la Argentina. Un paisaje de papel, cartón y plásticos. Vidrios, algo de metal, ropa que se puede salvar. Perros huesudos olisqueando lo podrido. Algunos chanchos honrando la reputación de ser felices sin margaritas. El catálogo de residuos patológicos –algodones, gasas, jeringas, la sangre seca desparramada– y también los «peligrosos»: latas y envases de contenido inflamable, químico, tóxico. En medio de eso, escondidos detrás del vapor de la descomposición y el humo de la quema, cuerpos encorvados que separan, eligen o guardan algún tesoro. Personas que sobreviven del descarte de los demás en los más de 5000 basurales a cielo abierto registrados a lo largo del país.

«Hace 32 años que trabajo en este basural, desde los seis que he sabido lo que era trabajar. Y nunca, gracias a Dios, he dependido de nadie. Pude salir adelante. Tengo tres hijas que he podido criar y llegué hasta la meta que he querido lograr. Todo lo que tengo es gracias a mi sacrificio y a este trabajo digno, que no me da vergüenza«, dice Ángela Jeréz, 38 años, una de las poquísimas mujeres que junta botellas y cartón para venderlos en este cementerio de residuos a unos 30 kilómetros del centro de Santiago. Insiste: «Muchas veces nos han señalado, muchas veces nos han dicho ‘cirujas’, ‘cartoneros’, pero no me da vergüenza. Al contrario, me siento más orgullosa, con lo que hago no ofendo ni molesto a nadie«.

Foto: Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible

Los basurales a cielo abierto son la manera en que los gobiernos locales (hay en promedio más de dos por municipio) afrontan el tratamiento de los residuos sólidos. Lo de tratamiento es, en el mejor de los casos, una promesa a cumplir.

«Es una meta muy grande concretar el cierre de todos los basurales y para los municipios, fundamentalmente, un trabajo titánico. Para tener una idea, con el préstamo BID 3249 (en referencia a la financiación del Programa de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos, conocido por la sigla GIRSU) se llegó a la creación de 12 centros ambientales. Es un montón de dinero invertido, pero no tanto como para llegar a cerrar los más de 5000 basurales a cielo abierto que tenemos», reconoce Paula González, coordinadora del área técnica GIRSU del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Nación.

«La idea de todas formas es cerrarlos –aclara–, y no sólo crear los centros ambientales, sino también avanzar con distintas políticas como por ejemplo la entrega de equipamiento que pueda servirles a los municipios para fortalecerse y empezar a reducir la cantidad de basurales».

Sacrificado

Los basurales a cielo abierto son riesgosos porque allí se depositan residuos de forma indiscriminada, sin ningún tipo de control y con escasas o nulas medidas de protección ambiental. El lixiviado, ese líquido que va perdiendo la basura durante el proceso de descomposición, contiene materiales disueltos y suspendidos que pueden contaminar fuentes de agua potable.

Otro efecto del deterioro de la basura es la suelta de biogás, una mezcla de metano y dióxido de carbono que, liberado a la atmósfera, contribuye al agotamiento de la capa de ozono y, en consecuencia, al cambio climático. En ese foco de contaminación miles de personas se ganan la vida. Recuperadores informales que realizan su trabajo sin ropas ni elementos de protección, mucho menos con lugares de higiene o descanso, soportando temperaturas extremas, acostumbrados a la sed y el hambre.

Foto: Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible

«Es muy sacrificado. Uno pasa calor, frío, lluvia, vientos. En verano es insoportable porque en la basura hace diez grados más. Si afuera hace 40, acá dentro llega a 50«, dice Luis Pérez, 48 años, más de diez revolviendo lo que se tira en Santiago del Estero, nucleado en el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE).

Cuenta que hacía el mantenimiento de un basural , manejando las máquinas, «pero este trabajo me daba más rentabilidad. Así que me hice cartonero. Acá trabajamos a nuestra voluntad, como se dice. O sea, no nos está dirigiendo nadie. Pero sabemos que si no trabajamos no tenemos ingresos. Uno a veces no come, tiene que traer agua… y sí, bueno, es un poco insalubre».

El proyecto de 34 millones de dólares del Ministerio de Ambiente para Santiago de Estero contempla el cierre técnico del basural y la construcción del Centro Ambiental con planta de separación y edificios de primera infancia y de interpretación ambiental, entre otros planes de condiciones dignas. Jeréz, veterana en eso de oír promesas, sentencia: «Esas cosas que andan diciendo que van a hacer, yo ya las he escuchado antes. No sé si creer, pero seguimos escuchándolos porque estamos para escuchar más que nada, no puedo pedir algo que sé que no va a llegar».

FUENTE: Tiempo Argentino

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