Nuestra tierra también cuenta historias

Por Emiliano Vallejos
Pedí un par de dias en mi trabajo, al filo del fin de vacaciones de invierno. Es que venía sin parar y necesitaba un resquicio mental y mi familia también.
Hace tiempo estaba interesado en una actividad de las denominadas “trecking” o senderismo que se realizan acá nomás, en la bella Puerto Yeruá, a 35 km, donde se oye el río.
Asi es que programé y al amanecer de este jueves, con unos 7 u 8 grados, nos encontramos en la plaza de aquel poblado con nuestros 2 guias (Matias Bertolotti y Lorena Vilche) y la coordinadora del “Circuito Artigas”, Julieta Ferrer.
Los rayos de sol hacían fuerza, todavía adormecidos, al este, allí donde corre el Uruguay.
Munidos cada quien con su mochila, con objetos de ocasión, emprendimos esta hermosa travesía ingresando a un campo de pinos. Poco a poco el terreno iba variando, atrás quedaban las piñas, y pisabamos raices y pasto, y ya divisabamos guayabas, ibirá pitá y sauces, en estado virginal, llenos de enredaderas que parecian abrazar a todo el bosque. Nos topamos de frente con dos caballos mansos, hermosos, que ya estaban desayunando. Mirar hacia arriba era también escuchar un concierto de urracas, palomas, garzas y otras aves que suelen darle la bienvenida a las mañanas litoraleñas. Atravesamos un arroyuelo que iba convirtiendo la zona mas pantanosa, muy lejana a las películas de suspenso en donde parece que siempre te están vigilando. No, acá la naturaleza escucha y habla, y uno tiene que oir. Matías, nuestro guía al frente, nos iba referenciando con mucha sapiencia las especies autóctonas, describía la flora y fauna, nos mostró pisadas de ciervitos y también ganado. Nos dirigimos hacia el sureste y nos encontró la selva en galería, dándonos la bienvenida y sugiriéndonos que a 100 metros estaba el río, sus barrancos, sus amaneceres. Costeamos el Uruguay en un asombroso camino de pitangas, gualeguay y sauces. Un tremendo bosque nativo dejaba entrever los rayos del sol ya pícaros. Un murmullo de lanchas pescadoras interrumpía el recital natural,, ya próximos a lo que el lugareño le llama “La rambla”, así nomás, a lo uruguayo. La atravesamos de lado a lado, y seguimos hacia el sur. Y luego otra vez galerías, ¡pero esta vez rocosas! La madre naturaleza y el Creador, se esforzaron muchísimo para unir piedras y raíces, cardenales y tacuaritas. Son escaleras naturales hechas con la precisión de un ingeniero, llena de subidas y bajadas pintadas de líquenes y musgos. Algunas casas lugareñas dan a la costa (pavada de vista!) veíamos sus fondos y yo tronaba de envidia. Yo que mi fondo da a un asfalto tan añorado y hace poco terminado, deseé que aunque sea un día esa avenida sea rio. Miraba hacia atrás y veia a mi hija Tiara Vallejos feliz, con sus pupilas atentas, disfrutando y aprendiendo mas que en cien clases de biología o geografía. También Historia, ya que Matías y Lorena nos iban contando detalles antiguos y valiosos, contaban como quien ama su tierra, como quien desea perpetuidad en la memoria, desafiando amnesias populares. Y ahí iban de guías.
Al toparnos con la vieja y abandonada Cantera Espósito nos hizo subir al viejo muelle de hierro. Pude ver en mi mente barcos esperando la valiosa piedra, el ripio y otros tesoros naturales que se extraían en la década de 1920. Escuché el fragor de las máquinas y la voz de algún capataz. Llegué hasta el borde y contemplé otra vez el majestuoso Uruguay, otrora lleno de barcos navegantes.
Ingresamos al Camino de los Pueblos Originarios, dos perros bravos nos ladraron, los charlé un ratito e hicimos las pases. Los bauticé Ancina y Andresito. Alli se nos unieron y no nos abandonaron mas, hicieron todo el resto del recorrido con nosotros ( y faltaba muchísimo). Me sentí Jose Gervasio un ratito, en busca de su Éxodo. Atravesamos un camping, un claro y llegamos a una parrilla donde nos esperaba nuestra primer y única parada, cerca de las 10 de la mañana. Elongamos, respiramos rio y desayunamos mate cosido, pan casero, tortas fritas, dulce de batata y membrillo y queso. Ansina y Andresito se echaron y custodiaban. Se ve que estaban atentos a las invasiones portuguesas, porque miraban hacia el Norte.
Una vez repuestas nuestras energías entramos nuevamente a las galerías, rumbo al sur. Atravesamos el arroyuelo Viera, con sus piedras milenarias. Costeamos a los “ingleses” siempre bordeando barrancas. Al este el Uruguay se tornó rocoso, y divisamos “El Hervidero. En la costa hermana lucía allá arriba la estancia Purificación, blanca, una perla incrustada en praderas verdes. Donde el Protector de Los Pueblos tenia su Comando Central, el Paraje Chapicoí. Divisamos un águila, y al bosque nativo lo vimos siendo invadido por acacias espinosas. Aquél resistía, estoico, los embates de este. El bosque nativo era Artigas intentando seguir de pie en la Batalla de las Tunas, acorralado por las huestes del caudillo Ramírez. Por lo menos así lo vi. Y hablando de guerras al fondo vimos un brazo del Yeruá, una lengua al que los lugareños llaman Arroyo Inglés.
Dimos la vuelta y subimos por senderos empinados, rumbo al pueblo. Salimos a una calle y rayaba el mediodía. Nuestros dos lugartenientes iban a tranco corto, pero firmes. Me preocuparon un poco y le pregunto a Matías si eran capaces de volver al otro lado de Puerto.
-Vuelven solos, saben ubicarse perfectamente- dijo con seguridad.
-Yo también vuelvo-, dije, dando las gracias. Quiero hacer el mas largo, el que dura todo el dia y me lleve a la Cueva del Tigre y desde donde pueda ver mejor la Meseta de Artigas.-
Para este entonces mi compañera Mariela Mezza ya había retratado, con su ojo clínico e implacable, varios de estos momentos que estoy narrando y que les dejo aquí abajo.
Y pienso…
Es acá nomás, y a veces no somos capaces de saber o conocer las maravillas que nos rodean. Y vale apoyar estos emprendimientos zonales, hechos con amor a la tierra, la naturaleza y nuestra historia.
Porque “La causa de los pueblos no admite la menor demora”.

Redaccion-Uno

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